En
medio de lo sucedido a partir del pasado sábado, reconozco que el dolor ajeno
jamás ha de causar placer a ningún ser humano con al menos un 1% de
hiperestesia, esto es, extrema sensibilidad humana; pero la verdad ha de
ser dicha, entre la mayoría de los oligarcas, hay dolientes selectivos. Poco o
nada sienten en tanto la víctima no sea del mismo estrato social.
A continuación unas píldoras para el recuerdo.
De Urías Velásquez.
En tiempos de dolor y oscuridad, cuando la vida
de un joven llamado Dilan Cruz fue segada por la violencia policial, Miguel
Uribe no ofreció consuelo ni verdad, a él el llanto de la victimas no lo
conmovió ni un poquito; dijo, en cambio, que el muchacho se cruzó en el camino
de la bala, como si la culpa pudiera hallarse en los pies del caído y no en el
dedo que apretó el gatillo.
Ante las madres de Soacha, aquellas que lloran a
sus hijos arrancados por la infamia de los falsos positivos, no ofreció
compasión ni justicia. Les dijo que mentían, que aquellos muertos no existieron
jamás. Negó el dolor con la frialdad del que no ha amado.
Cuando el alma de una nación se estremeció ante
el atroz crimen contra Rosa Elvira Cely, siendo él Secretario de Gobierno de
Bogotá, ciudad donde ocurrió el sacrificio, en lugar de alzar la voz por la
justicia, culpó a la víctima, como si la culpa pudiera hallarse en la herida y
no en la mano que la causó. No lo conmovió saber de primera mano que la humilde
Rosa Elvira había sido empalada y torturada sin recibir ayuda alguna.
En los días en que el pueblo clamaba por salud,
por educación, por un trabajo digno, Miguel Uribe se puso en pie no para
servir, sino para oponerse. No hubo reforma justa que no bloqueara, no hubo
causa noble que no rechazara, si era en favor del pueblo. Se hizo célebre por
sus celebraciones encendidas en contra del pueblo.
Toda su vida exaltó la guerra, no como última
razón, sino como primera opción. Cerró la puerta al diálogo y abrió el camino
de la fuerza, como si la paz fuera un enemigo y no un destino.
Propuso con insistencia que el pueblo se armara,
que cada ciudadano con dinero comprara un arma, no para defender la ley, sino
para multiplicar el miedo y sembrar la violencia, muy al estilo paramilitar tan
defendido y ejercido por su partido el centro democrático.
Y cuando la peste del COVID-19 azotó a nuestra
tierra, bajo el gobierno del nefasto Iván Duque, Miguel Uribe fue el
administrador de los recursos de la pandemia, dineros prestados que hoy debemos
pagar como deuda y que tienen la nación en quiebra, dineros que se esfumaron
sin dejar rastro, mientras el pueblo sufría hambre, enfermedad y abandono.
Esa es la dimensión del personaje al que ahora
nos quieren los medios masivos de comunicación obligar a llorar.
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